Ubicado en lo que fuera la huerta del colegio jesuita de San Gregorio, en la calle República de Venezuela, este recinto para el comercio se distingue por albergar una de las más ricas y extensas muestras del muralismo nacional del siglo XX, aunque su tradición comienza con la historia de los jesuitas que llegaron a estas tierras hacia finales del siglo XVI.
=UBICACIÓN ACTUAL =
El Mercado Abelardo L. Rodríguez se encuentra en el centro histórico de la Ciudad de México, al noreste del Zócalo.
Ubicación: República Venezuela esquina con Rodríguez Puebla, Centro Histórico, Centro, 06000 Ciudad de México
Inauguración: 1934
Horario:
Hoy abierto · 07–18
Teléfono: 01 55 5702 4718
Estilo arquitectónico: se combinan los estilos barroco, belle époque, art nouveau y art decó.
En el interior de este lugar se observan los siguientes murales:
“La Fabricación del Carbón”, “Mecanización del Campo”, “La Electrificación”, “La Maternidad”, “La Industrialización del Campo”, “La Minería”, “Historia de México”, “Escenas Populares”, “Los Alimentos y los Problemas del Obrero”, “Influencia de las vitaminas” y “Los Mercados”.
En el interior de este lugar se observan los siguientes murales:
“La Fabricación del Carbón”, “Mecanización del Campo”, “La Electrificación”, “La Maternidad”, “La Industrialización del Campo”, “La Minería”, “Historia de México”, “Escenas Populares”, “Los Alimentos y los Problemas del Obrero”, “Influencia de las vitaminas” y “Los Mercados”.
El Colegio de San Gregorio
Concebido desde su inicio como una institución educativa para indígenas,
el Colegio de San Gregorio, al igual que otros de la Compañía de Jesús,
tuvo momentos de franco deterioro, habida cuenta que la enseñanza
dedicada a este sector no fue muy socorrida durante buena parte de la
Colonia, más allá del impulso inicial.
Fue hasta que don Juan de Chavarría –acaudalado novohispano famoso por
haber salvado la custodia del templo de San Agustín en medio de un
incendio, acto heroico por el que le fue concedida la gracia de ostentar
en la fachada de su casa, a manera de escudo, una mano sosteniendo una
custodia, y que sobrevive en la calle de Justo Sierra del Centro
Histórico de la Ciudad de México–, donó para su sostenimiento la
hacienda de Acolman, que San Gregorio tuvo autonomía económica y,
gracias a su dedicación especial a los indígenas, pudo sortear con éxito
la expulsión de los jesuitas de los reinos españoles en 1767, y seguir
con su funcionamiento en manos de seglares.
Aquí se fundió el Caballito
Unos años después de la salida de la Compañía de Jesús y tras una larga
espera para conseguir primero la aprobación de su proyecto y luego los
materiales necesarios, don Manuel Tolsá fundió la espléndida estatua
ecuestre de Carlos IV en el huerto de San Gregorio, más conocida como el
Caballito, la cual desde 1979 se exhibe en la llamada Plaza Tolsá, en
la calle de Tacuba, en el Centro Histórico de la capital. Por cierto,
esa gran efigie espera desde septiembre de 2013 que alguna mano experta
sea capaz de restañar los daños que una empresa le propinara por una
pésima limpieza, iniciada sin respaldo de las autoridades competentes.
Catorce meses le llevaron a Tolsá pulir y embellecer su pieza cuya
fundición, en el horno instalado en el excolegio jesuita, produjo tal
cantidad de hervores del cianuro empleado para la elaboración que, a la
postre, le causaron la muerte después de haber perdido todos los
dientes. Respecto al traslado de semejante escultura desde San Gregorio,
en la actual confluencia de las calles Colombia y Rodríguez Puebla,
justo en el predio que ocupa el mercado Abelardo Rodríguez, hasta la
Plaza Mayor de la ciudad en donde iba a ser colocada, cuenta la Gaceta
de México:
“En día 9 de noviembre de este año de 1803 se dispuso ya el artífice
de ella, don Manuel Tolsá, a preparar los medios y las máquinas
oportunas para moverla y conducirla. Venció fácilmente la primera
dificultad suspendiéndola y colocándola con firmeza en el ingenioso
carro que debía rodar mole tan inmensa; pero lo fangoso y desigual del
terreno en que se ejecutó la fundición, hizo más ardua la segunda
operación de sacarla de allí. […] La marcha era lenta y pausada […] por
las calles de Chiconautla [Colombia], segunda y tercera del Relox
[Argentina], la del Seminario y Plaza Mayor hasta el sitio del pedestal a
donde llegó a las diez y cuarto de la noche del día 23, habiéndose
gastado cinco días en la conducción.”
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Después de esta exitosa experiencia, en San Gregorio se instaló un horno permanente de fundición, a cargo también de Tolsá, en donde se produjo una serie de cañones que la Corona española requería con urgencia para enfrentar las vicisitudes que por esa época se presentaron.
Después de esta exitosa experiencia, en San Gregorio se instaló un horno permanente de fundición, a cargo también de Tolsá, en donde se produjo una serie de cañones que la Corona española requería con urgencia para enfrentar las vicisitudes que por esa época se presentaron.
Un nuevo aire al pasado colonial
En 1933, durante el gobierno del Presidente Abelardo L. Rodríguez y con
Aarón Sáenz como Jefe del Departamento del Distrito Federal (DDF),
comienza para la Ciudad de México una verdadera transformación apoyada
en la idea de que la lucha armada, que tantas vidas había costado, tenía
que quedar plasmada en obras que demostraran que este país era otro.
Entonces se traza la avenida 20 de Noviembre; se amplía San Juan de
Letrán (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas), para lo cual demuelen el
espléndido templo de Santa Brígida y lo que había sobrevivido del
Hospital Real de Naturales; se urbaniza la zona de la Plaza de la
República y se crea el Monumento a la Revolución con la cúpula de lo que
iba a ser el Palacio Legislativo; se levanta el monumento en honor al
general Álvaro Obregón y se traza el parque de La Bombilla, en el sur de
la capital; y se amplía la calle de Palma hacia el norte.
El mejor mercado de la capital
En este contexto, se abre también la calle República de Venezuela sobre
las que habían sido las obras inconclusas del antiguo Colegio de San
Pedro y San Pablo. Dicha apertura sirvió para que quedaran al
descubierto patios, columnas, arcos y una serie de edificaciones que los
jesuitas habían denominado “obra nueva”. Entonces, dado que a la par se
proyectaba un nuevo mercado público que fuera el mejor de la ciudad de
aquel momento, se decide aprovechar aquellos restos y con ellos
construir el mercado llamado en un principio Del Carmen, que luego
cambió su nombre por el de General Abelardo L. Rodríguez. De acuerdo con
el artículo “El Abelardo Rodríguez, un mercado del pueblo y para el
pueblo” de la historiadora del arte Elizabeth Fuentes Rojas:
“La construcción fue asignada al Arquitecto del Distrito Federal
Antonio Muñoz y a la constructora privada Compañía de Fomento y
Urbanización. El proyecto de Muñoz respetó la sección colonial del
antiguo Colegio de Indios de San Gregorio y adaptó la moderna
edificación en torno a esas estructuras. […] El 6 de marzo de 1933 se
empezaron las obras en uno de los claustros de San Gregorio y en lo que
era el cuartel de Rodríguez Puebla bajo los lineamientos funcionalistas
de modernización, organización, higiene y comodidad. La idea era
construir un centro cívico que continuara con la función educativa que
tradicionalmente había tenido ese lugar. Así, en el proyecto se incluyó
una escuela guardería para que se educaran los niños de las mujeres que
atendían los puestos del Mercado; un teatro para que el pueblo pudiera
asistir a obras teatrales, al cinematógrafo y a conferencias científicas
y literarias.”
Esta magna construcción inaugurada el 24 de noviembre de 1934 con la
presencia tanto del presidente en funciones, como del que iba a tomar
posesión el primero de diciembre siguiente, el general Lázaro Cárdenas,
se convirtió, sin duda, en el mejor mercado de la ciudad. Siguiendo de
nuevo a la doctora Fuentes Rojas:
“Contaba con 48 accesorias interiores, 128 puestos en el pabellón
cubierto, con siete amplias escaleras que comunican con la planta alta.
Otro gran pabellón aloja 110 puestos y las dependencias de la Inspección
de Aves y Mariscos y los refrigeradores de frutas y verduras [en ese
lugar hoy completamente transformado al haberse modificado su estructura
original, se encuentra la llamada “Plaza verde” en donde se vende todo,
menos lo que estuvo previsto en el proyecto inicial]. En el pabellón de
planta octagonal se instalaría el Mercado de peces y mariscos con
pescaderías para la venta de peces vivos [hoy día ahí se venden
juguetes]. En la planta alta se encontraban las oficinas de la Dirección
General de Acción Cívica y de la Dirección General de Educación
Física.”
ARTE
Pronto se volvió centro de atención al ser decorado por jóvenes
artistas, alumnos de Diego Rivera, que tuvieron que contar con su aval
al presentar sus proyectos de murales. El resultado fue una de las
mejores muestras del arte posrevolucionario cuyos representantes,
herederos de la tradición de Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro
Siqueiros, plasmaron en este singular mercado espléndidas escenas de la
vida cotidiana del país. Pueden así admirarse murales de los artistas
mexicanos Ramón Alva de la Canal, Ángel Bracho, Raúl Gamboa, Miguel
Tzab, Antonio Pujol y Pedro Rendón, así como de sus pares de origen
estadunidense Pablo O’Higgins, Grace y Marion Greenwood, e Isamu
Noguchi.
Pablo O'Higgins
Isamu Noguchi
Esta publicación es sólo un extracto del artículo “El extraordinario
mercado Abelardo Rodríguez” de la autora Guadalupe Lozada León, que se
publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 101: